
Días después te sientas a escribir una “crítica” para un blog y al informarte un poco más sobre la película te enteras que no es una cinta hecha en Hollywood o en cualquier otro estudio o escenario mágico; descubres que Mi Padre cuenta la infancia de Raimond Gaita, hijo de Romulus Gaita, emigrante yugoslavo que llegaba a Australia en busca de una vida mejor huyendo de la II Guerra Mundial.
Sin duda una infancia triste, a la que nada ayuda la lentitud de la narración o los desolados paisajes por los que transita la historia. Una de esas cintas que habla de sentimientos muy profundos, de lucha, de respeto y de superación; pero también una de esas cintas que no consigo sentir. En todo momento he vivido la historia desde la lejanía, sin importarme demasiado, sin sentir el sufrimiento del padre y tampoco el del hijo. Sí, no dudo que su fotografía sea realmente buena, su montaje excepcional, pero yo en ningún momento la sentí como propia.
Sintiéndolo mucho, y aunque las actuaciones sean más que correctas: no me volvería sentar ante Mi Padre ni un solo segundo más por que para dar lástima, lamentarnos y hundirnos ya tenemos los telediarios.
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