Realmente yo tenía ganas de ver el debate. No por las cuestiones políticas, ya que mi voto está encauzado desde hace algún tiempo, aunque siempre exista un leve momento para el cambio, si no porque me resultaba atractiva la idea de ver a dos personas, con ideologías completamente diferentes, discutiendo, personas que aunque te caigan bien o mal, se suponen inteligentes.

Pero lo que ayer vi, fue un paripé: un candidato socialista intentando guardan las formas frente a un candidato derechón que usa el populismo en sus frases. Dos personas hablando del pasado, quizás decir "hablando" sea mucho, haciendo demagogia de un pasado que no volverá, ni el de la memoria histórica de uno, ni el de los atentados del 11M del otro. ¿Problemas de estado? Muchos ¿Soluciones? Ayer, ninguna.

Es triste ver como la persona que quiere gobernar un país habla del pan, de las legumbres o de los huevos o de las hipotecas; él, que tiene 5 casas en propiedad. ¿Cuando gobernaba Aznar no había problemas para llegar a fin de mes? ¿Si gobernase Rajoy, no los habría igual? Política barata. Igual hizo con la inmigración.

Su discurso final, además de demasiado leído, fue rastrero, intentando apelar a los sentimientos con la historia de esa niña que va a crecer en una sociedad tan desestructurada (según su partido, claro).

Zapatero tuvo una oportunidad única de quedar como un tío serio, sereno y como dicen los de su partido (o decían) con gran talante; pero la desaprovecho al ponerse a su altura, el tema de agresión a las víctimas del terrorismo, lo enfocó soberanamente mal: le hubiese bastado con explicar lo que es una agresión, o decir, que por una minoría no se debe obstaculizar un futurible proceso de paz o incluso despreciando la mezquindad del comentario, pero no, se peleo como un niño pequeño.

A Rajoy le pierde el ímpetu por ganar, a Zapatero pensar en ganar por la mínima y encontrar compañeros de viaje. Esperemos que el lunes que viene piensen más en las personas, en las ideas y en las soluciones y menos en el resultado.