Solo he visto brillar sus ojos así un par de veces más: el día de su boda, allí estaba yo mientras él se ponía el traje y sobre las mejillas de su madre corrían lágrimas de felicidad y un par de años más tarde, cuando en vez de traer a ella agarrada de la mano, traía en sus brazos a un pequeño de unos preciosos ojos negros que se convirtió desde ese mismo momento en el eje principal de su vida.

Ahora cuando me ve añora sus tiempos de juventud, recuerda los aros, las pachangas… Ahora jugamos en contadas ocasiones, nos seguimos teniendo cariño, mucho ya que vivimos juntos momentos imborrables. Yo mientras, me consuelo con el pequeño Pablo, aquel niño que hace dos años entraba en casa en sus brazos, ese niño que cuando me ve me abraza, aun no puede botarme pero sé que un día lo hará, como lo hizo su padre y como con su padre espero pasar momentos irrepetibles.

Quizás esta historia hubiese sido más interesante si te hubiese hablado de anillos de la NBA, de jugadores profesionales, de miles de sueños y logros, pero no es así, esta es historia trata de mi vida, la vida de un balón y sobre todo su vida, tu vida y la de tantos otros que pasaron su juventud conmigo en cualquier pista de baloncesto.