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Martes, media mañana. Una mujer de treinta y pocos entra por la puerta de la oficina, pantalón negro, camiseta gris, gafas de pasta negras...

Martes, media mañana.

Una mujer de treinta y pocos entra por la puerta de la oficina, pantalón negro, camiseta gris, gafas de pasta negras, ceño fruncido, coleta… habla entre dientes, está claro: su humor no es el mejor y me da la sensación que es algo escéptica con el resultado que obtendrá (me mira de soslayo pero constantemente).

Quiere algo, innovador pero tampoco mucho, algo que no sea clásico pero que tampoco se exceda de moderno, tonos verdes… me mira, mala cara (de verdad, no había hecho nada). Días después me pongo a trabajar en su tarjeta de visita innovadora pero no demasiado moderna, su tarjeta de visita de tonos verdes… el resultado:


Cuando la clienta recibe la propuesta, acepta el diseño parece que su semblante mejora… encarga bonos de regalo, el cliente pasa a otra compañera (aun no se han puesto de acuerdo).

No sé por qué pero hoy recuerdo que un día leí que el diseño debía hacer felices a los que lo usan.

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