Alaska & Mario, segunda temporada

Hablar de Alaska y Mario es hablar ya de un clásico de la televisión en este país. Y es que está claro que los españoles son cotillas (13 añ...

Hablar de Alaska y Mario es hablar ya de un clásico de la televisión en este país. Y es que está claro que los españoles son cotillas (13 años de Gran Hermano ya hemos vivido) y lo que el programa deja claro es que Alaska y sobre todo Mario Vaquerizo son unos exhibicionistas que nos muestran su vida sin ningún pudor.


En la primera temporada Alaska & Mario nos invitaban a su boda y a los preparativos de la misma. En ese momento Mario Vaquerizo se convirtió en la Vetusta Morla de la televisión, saltó del mundo underground de modernos y travestis al mainstream televisivo. Antes colaboraba en la COPE y pocos lo sabían, ahora lo han echado todos lo saben y le llueven las ofertas, nos lo podemos encontrar en El Hormiguero, haciendo un anuncio para una compañía telefónica o convenciéndonos de lo bonito que es cantar en play-back mientras nos vende un ordenador. Mario se ha convertido en una estrella rutilante en el firmamento casposo-televisivo español y lo que es mejor (o peor según se mire) se lo pasa bien, le saca dinero e incluso escribe libros.

Pues dicho esto esta segunda temporada de Alaska & Mario nos lleva a su luna de miel, la cual, como no podía ser de otra manera, es extravagante, divertida y sobre todo está muy por encima de nuestras posibilidades y es que como ya hemos dicho a todos nos gusta ser un poco Audrey Hepburn y soñar frente al escaparate te Tiffany's con nuestros diamantes. Aquí no hay diamantes aquí hay un mundo pintoresco, colorista y atractivo que nos aleja de la realidad que nos ha tocado vivir.

Y ahí radica el principal éxito de Alaska & Mario, que consigue hacernos soñar; soñar con compartir fiestas con Lomana, soñar con hablar con Federico Jímenez Losantos, soñar con cenar con Amenabar o que McNamara nos enseñe sus cuadros, soñar con cerrar un desfile de David Delfín rodando por el suelo sin prejuicios y sin miedo al que puedan decir. Y es que las amistades (de verdad o simplemente de conveniencia) de Mario y Alaska cubren todo el espectro social desde la jet-set al mundo más underground (que gusto ver a Silvia Superstar de nuevo en la tele, un gusto que apreciamos sobremanera la generación que crecimos bajo la tutela del Xabarín Club).

Alaska y Mario cuentan con un don dificil de conseguir y fácil de perder: caen bien. Sí, Mario puede parecer una mamarracha como a él mismo le gustaba decir en la primera temporada pero eso de que diga lo que piensa sin pensar demasiado lo que dice nos hace sonreír y eso que en el fondo peca de clasismo pero un clasismo que ha caído en gracia. Por su parte Alaska es una mujer profesionalmente respetada que además muestra una imagen seria y trabajadora.


Y es que Mario y Alaska nos abren las puertas de una clase social a la que no tenemos acceso, esa gente que no sabe lo que cuesta un billete de metro, esa gente que lleva al hombro una bolsa de Louis Vuitton como la señora que lo hace con la bolsa de rafia del Mercadona. Y eso, señores y señoras, vende; vende el vouyerismo y vende soñar.

Antes tocó boda, ahora toca viaje y no a Portugal a comprar toallas, si no a las américas para pasear por alfombras rojas, visitar el Gran Cañón y jugar y casarse en Las Vegas... y ¿sabéis? A mí me ha hecho gracia, eso sí, menos que la primera así que señores de la MTV y de El Terrat: hilen fino, no sea que Alaska y Mario se conviertan en lo idiotas de Alaska y Mario.

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