por Dawidh

Cuando alguien adquiere un compromiso, lo que debe hacer es cumplirlo; yo, hace meses, me comprometí a escribir algún artículo sobre baloncesto y ahora mismo, sentado ante el teclado, escuchando a Sinatra cantarle a su fiel NY sigo cumpliendo dicho compromiso.

Creo, intento, que mis temas no sean de actualidad, ni de ACB… pretendo que tú, amigo lector, lo encuadres donde creas que merezca estar.

Como muchos de nosotros nos hemos dado cuenta, el final de temporada está muy próximo; en todas las categorías, desde la ACB hasta el baloncesto base que podemos ver cada fin de semana en el pabellón que está ahí, a la vuelta de la esquina. Para mí, mañana comienza el principio del fin de la temporada con el equipo júnior al que entreno. Supongo que eso no tiene mayor problema, pero no sé porque llegados a este momento, llegados a esta Final a 4, ahora siento como si me agarrasen las tripas y un puño de acero las apretase hasta constreñirlas.

Sé que el trabajo hecho ha estado bien, pero algo me aterra. 24 horas antes de comenzar el primer partido me siento como se siente el suicida que ve pasar coches, como hormigas, bajo sus pies desde el alero de ese rascacielos que menciona Sinatra en la canción. A medida que las horas pasen, sé que la tensión me empezará a carcomer, pero también sé que adoro esa sensación… porque sin duda esta es una de las que lleva a sentarme en un banquillo cada semana; de las que me empuja a luchar tanto como mis jugadores; una de esas sensaciones que por mucho que intento explicar no lo consigo.

Como dijo José de san Martín: “una derrota peleada vale más que una victoria casual”, estoy seguro que esta noche soñare con una bella contienda.