Sólo hablaré de baloncesto...

Ayer mientras paseaba por internet saltando de blog en blog, de flog en flog, tropecé con el siguiente texto: Sólo hablaré de baloncesto... ...

Ayer mientras paseaba por internet saltando de blog en blog, de flog en flog, tropecé con el siguiente texto:

Sólo hablaré de baloncesto...

...como representación de la vida misma, pues en la historia de este deporte se han visto grandes dramas humanos, a la manera de tragedias griegas, protagonizados por auténticos dioses de esta mitología particular.

Y qué mejor que empezar diciendo algo de Wilt Chamberlain. Porque Chamberlain fue el primer monstruo de la NBA, el primero en ejercer un dominio abrumador sobre todos los demás jugadores, al menos comparados uno a uno.

El drama de Wilt fue la soledad del monstruo de feria, desde la primera vez que pisó una cancha de baloncesto profesional; y su máximo ejemplo lo tenemos en aquella noche del 2 de Marzo de 1962 ante los New York Knicks, pues esa fue la noche en que anotó 100 puntos.

Es ya un lugar común, cuando alguien se refiere a él, el hablar de sus records estadísticos. Nadie estableció más que él, ni seguramente nadie más lo hará. En aquel contexto de florecimiento del juego, que establece un patrón de estilo ya moderno, hay una ruptura con el anterior modelo y ya nada será igual. Los números que producen equipos y jugadores individualmente crecen exponencialmente. Es por eso por lo que un especímen superdotado física y técnicamente como Chamberlain, que le sacaba una cabeza a su máximo rival, "el señor de los anillos" Bill Russell, establece unos máximos numéricos estratosféricos. Contemplar aquello en directo -las grabaciones televisivas no creo que hagan total justicia- debió ser formidable, como contemplar el estallido de una supernova que, como Saturno a sus hijos, engulle lo que se encuentra a su paso. Pero he aquí la crueldad de un juego que explota como ningún otro la estadística: Chamberlain, el dios absoluto de los números, el hombre que anota 100 puntos en un partido, el tipo que promedia más de 50 puntos en una temporada -¡más de 50!- se estrella una y otra vez contra el único enemigo posible que puede vencerle, que es nada menos que el sentido de juego colectivo del baloncesto, el juego de equipo, la idea de que en el caso de cinco contra uno siempre ganan los cinco -a pesar de que Chamberlain, por una vez, demostrara que no hay ley que no pueda romperse, aquella noche de los 100-. Y esa colectividad casi soviética, tenía un nombre que es Boston Celtics.

Una y otra vez Chamberlain choca contra aquellos tipos que le quitan la gloria del anillo, lo único que puede parar al gigante al que muchos odiaban porque le tenían auténtico pavor. Pero en la mística Céltica, forjada en aquellos años de finales de los 50 y principios de los 60, no cabe la palabra miedo, y aquel equipo lo gana todo, con un quinteto legendario: Bob Cousy, Sam Jones, John Havlicek, Tom Heinsohn, Bill Russell.

¿Qué podía hacer Chamberlain? En el año 67 gana el campeonato con Philadelphia, pero él mismo ha cambiado. Por fin encaja en un equipo que respeta la palabra solidaridad y que no se limita a darle el balón al tío grande. El resultado es palpable, pero Wilt sacrifica en parte su producción numérica. Volvería a repetir en el año 72 con Los Angeles Lakers, y ya Chamberlain responde a otro modelo de jugador. Apenas sí promedia 15 puntos por partido, pero a cambio se ha convertido a sí mismo en una fiera defensiva que barre todo balón que se acerca a su propio aro, intimidando cualquier afán de tiro a canasta contrario, mientras en ataque es él el que origina y distribuye todo el juego. Recibe en el poste y devuelve el balón a los compañeros que tiran de lejos, o cortan hacia canasta dividiendo la zona. No hay base en aquellos Lakers, porque Jerry West y Gail Goodrich, los "bajitos", son anotadores que se benefician de los balones que desde su atalaya les proporciona Chamberlain. Pero incluso en esta íntima evolución que lo aleja del aro, renuncia a los números, diluyéndose en el fluir colectivo del balón, cuando son otros los que culminan la anotación, incluso aquí el monstruo de feria no es visto de otra manera más que como un gigante degenerado, que experimenta una decadencia que explicaría el descenso en el impacto estadístico. Pobre análisis desmereciendo así al jugador. Cuando mete 100 es un obsceno engendro que prostituye el juego, y cuando mete 15 está acabado.

Este es el drama de la soledad del freak que es tan superior a los demás que ni aún amoldándose a las exigencias colectivas es aceptado. Triste condena la tuya Wilt.

por Old Thunder


Tras leer el texto pensé en reseñar algo sobre el juego en equipo o sobre los grandes logros de grandes jugadores pero tras una temporada tan difícil, cargada de gestos “tan especiales” tan solo tengo ganas de decir: si esto sucede con un gran jugador, ¿qué pasará con aquellos mediocres maleducados que se creen determinantes?



Podéis leer la versión original aquí

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