La Cuarta Dimensión (Ejercicio 1) (I)

Apoyado en la barra del bar y posando la cerveza con la suavidad típica de aquel que lleva media caja de las mismas decidí entonces encamina...

Apoyado en la barra del bar y posando la cerveza con la suavidad típica de aquel que lleva media caja de las mismas decidí entonces encaminarme al baño para expulsar, cuidadosamente depurada, la cerveza que hacía horas que había ingerido esperando a esa estúpida que siempre llega tarde.

Con más pena que gloria, tras haber atravesado el local repleto (de personas, personajes y demás animales de compañía), llegué por fin a la puerta del aseo. Agarré el pomo de la puerta y accioné su mecanismo… vale, estoy borracho, quizás no he hecho el juego completo… de nuevo bajé y subí mi mano haciendo el recorrido completo de tirador. Ocupado, cerrado, lleno, me da igual, no es el momento para imaginar que podría estar sucediendo en aquel pequeño habitáculo a otrora lugar de perversión, mi vejiga al borde de la explosión pedía vaciarse, tomé entonces la peor decisión de mi vida: girar 180 grados y sigilosamente entrar en el baño de mujeres.

Con una celeridad impropia de aquel que se ha bebido un par (o un par de pares) de cervezas cerré la puertas tras de mí y aun a oscuras comencé a palpar la pared en busca del interruptor. Comencé recorriendo la pared de la derecha pero no allí no encontré nada ¿estará entonces en la pared de la izquierda? … Mmmm… ¿detrás de la puerta? Bueno, vale, no estás en condiciones para ese tipo de valoraciones y es entonces cuando al más puro estilo remolino Bisbal decides girar tu cuerpo para quedarte enfrentado a una nueva pared, avanzas el pie derecho y caminas hacía la pared y notas como en lugar del suelo te encuentras la nada…

Comienzas a caer mientras de tu garganta no consigue salir ni una sola palabra de socorro; tan solo caes y segundo tras segundo la música del bar se va atenuando hasta que no escuchas nada… nada, ni música, ni el aire rozando contra tus orejas… nada. En ese momento crees que has muerto y piensa que la muerte es una mierda: ni dolor, ni sangre, ni imágenes ante tus ojos, ni luz al fondo del túnel… tú no has encontrado nada y ahora que te fijas: tampoco has encontrado suelo contra el que estrellarse. Decides entonces abrir los ojos.
Poco a poco ves como la luz se cuela bajo tu párpado y en tus oídos suena “La Fuerza de la Costumbre” de Gabinete Caligari (hacía décadas que no escuchabas esa canción). Y en ese momento, en el momento que piensas que todo no ha sido más que un sueño, escuchas a tu espalda:

       - Perdona ser bípedo, estás en medio del carril-bici –

Decides, totalmente desubicado apartarte y excusarte…

       - Lo sient… -

No llegas a terminar la frase que ahogas en un grito mientras a tu interlocutor parecen salírsele los ojos de sus órbitas. Con cara de extraño te mira mientras de nuevo comienza a pedalear.

Tú mientras de rodillas sobre la acera intentas ahogar ese grito de niña que se acaba de hacer con el control de tus emociones e intentas apartar las manos de tus ojos. Es en ese momento en el que descubres que esto no es un sueño, un mal viaje o un blancazo. Ves de nuevo como una bicicleta se aleja y en ella distingues a un besugo de unos 80 kilos vestido con traje, corbata y un enorme sombrero pero besugo, besugo, de los que nadan por el fondo del mar. Te preguntas lleno de pavor dónde estás, si estás vivo, muerto o soñando… decides entonces hacer la prueba del pellizco: “si me pellizco y es un sueño seguro que me despierto” y te pellizcas pero no despiertas, te vuelves a pellizcar pero nada sucede… bueno sí, ahora además de flipando te duele el brazo de carajo.

       - Amigo ¿está bien? ¿necesita ayuda? –

Escuchas tras tu espalda. Tienes miedo a volverte, tienes miedo a descubrir que extraño ser el, bueno en este caso “la”, propietaria de esa voz. Poco a poco...

(y mañana  a la misma hora y en el mismo lugar la segunda entrega)

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