A la conquista de Flandes (Capítulo 2: Estamos en Bruselas)
17:11:00
Capítulo 2: Estamos en Bruselas
La primera impresión de los belgas no ha sido muy buena, los bordes ganan 4 a 1 a los amables (y para eso la amable era la chica de turismo, lo cual en parte es su trabajo). Ya en el bus la cosa no mejora y los bordes (y rancios) anotan su 5 tanto, por otra parte descubrimos que los orcos saben conducir autobuses.
Llegamos a Bruselas mientras caía la noche (apenas eran las 4 de la tarde); llegamos a la estación central, tan solo nos hacía falta llegar al hostal para reunirnos con el otro 50% del equipo… nos situamos y comenzamos a caminar hacía donde suponíamos estaría nuestra madriguera; avenida Stalingrad, vías de tren y en poco minutos estábamos en la recepción del hostal.
“Estamos de vuelta del Atomium… pedid las llaves y esperadnos ahí”, primera misión conseguir la llave de la habitación; comenzamos con nuestro “fluido” inglés pero un par de frases después la conversación ya había variado a castellano… diréis, “que bien”, “que suerte” y probablemente tendréis razón pero analicemos este cambio. Dos tíos solos en la recepción de un Young Hostel, en un país que no es el suyo, rodeados de un sinfín de mujeres (nos encontramos con dos excursiones y una bella recepcionista) ¿qué hacen? Pues está claro, decir burradas… pero la recepcionista no era la única que entendía y hablaba castellano, si no también el profesor que acompañaba al nutrido grupo de inglesas, quien nos preguntó de qué parte de España éramos en un más que aceptable español.
Habitación 112, una litera libre, la repartimos, Assin Flower al excusado, yo a recepción… escribo en mi cuaderno de viaje y aparecen Jêan Delwaffre y el Profesor K Molkov, por la escalera asomo Assin Flower, abrazos y besos varios: el equipo ya está al completo.
Cerramos nuestras cazadoras y nos disponemos a tomar las calles de Bruselas. Sin plano ni dirección comenzamos a pasear hasta llegar al archiconocido Manneken Pis (El Niño que Orina) probablemente una de las imágenes más conocidas, si no la más conocida, de toda Bélgica. Que no os engañen, el niño meón mide tan solo 50 centímetros, vamos, que mi prima tiene muñecas más grandes que hacen lo mismo pero que evidentemente no son de bronce.
La verdad es que nadie tiene demasiado claro por qué se ha hecho una estatua dedicada a un niño que está meando aunque cuenta la leyenda que cuando Bruselas se encontraba sitiada, los enemigo decidieron colocar cargas de dinamita en las muralla pero un niño que los espiaba decidió orinar en la mecha de las cargas salvando así la ciudad.
Llegamos más tarde a la Grand Place y si el Manneken puede decepcionar al visitante la Grand Place todo lo contrario. Es probable que el enorme árbol de Navidad situado en el centro, o quizás el belén semi-viviente (los animales que forman el conjunto estaban vivos mientras que los personajes se trataban de maniquíes) o la iluminación navideña ayuden para que esta plaza se convierta en un lugar especial.
Sin duda asistimos a uno de los espectáculos más… no sé cómo definirlo, mejor os lo cuento, en la Grand Place encontramos además de la Casa del Rey, el Ayuntamiento de Bruselas, de una riqueza ornamental increíble, que en estas épocas navideñas es cubierta de tiras de LED (diodos de alta luminosidad) los cuales cambian y danzan al ritmo de la música que suena… ¿qué música suena? Pues desde los tradicionales villancicos (un poco más acelerados y modernizados) hasta Teardrop de Massive Attack o Smack My Bitch Up de Prodigy… las caras de la gente son un diferentes, por un momento la conjunción de sonido, luz y ambiente te lleva a olvidarte de tus problemas cotidianos, de la oficina, de los enfados, de… por un momento simplemente miras y disfrutas del espectáculo poniendo esa cara que los niños ponen cuando ven a los reyes (se supone que a los manos y no a los de las monedas), simplemente disfrutas comiendo tu gofre con un frío que corta los labios y con la música inundando tus oídos.
Tras varias decenas de minutos asistiendo al espectáculo decidimos hacer nuestra primera parada técnica, o mejor dicho la segunda, ya que en la primera nos detuvimos a por uno de los productos más conocidos de Bélgica: un gofre. La segunda tendría que ser en la misma línea, si antes comimos, ahora tocaba beber: cerveza. Dicen que Bélgica tiene 600 cervezas diferentes, evidentemente nosotros no seríamos capaces de probarlas todas pero lo que está claro es que lo intentaríamos, así que esa misma noche comenzamos.
Varias cervezas después llegamos al hostal, donde ya nos habían dicho que teníamos toque de queda pero no que en el sótano había un maravilloso bar… lugar de encuentro para los allí albergados; decidimos, como no, conocerlo. Seguimos apuntando cervezas a nuestra lista y a unas horas aceptables decidimos ir llegando a nuestros aposentos (eso sí, a cuenta gotas). Mañana sería otro día y abandonaríamos la habitación 112 temprano.
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