Muchos de vosotros ya sabéis de quienes hablo, a otros quizás os hayan llamado la atención cuando paseabais por Gran Vía y a los más simplemente os dará igual esta historia. Pero hoy me apetece hablar de ellos: de los hermanos Alcázar.

Cazadoras de cuero, pantalones vaqueros y heavy en las venas; cinturones de balas, botas gastadas… auténticos quizás sea la palabra que mejor los defina. Y es que aunque Madrid sea una ciudad de 5 millones de personas siempre hay personajes (en este caso en el buen sentido de la palabra) que brillan sobre la multitud: es el caso de Emilio y José Alcázar a quienes podréis encontrar asentados cada tarde frente a lo que fue la tienda de discos Madrid Rock viendo pasar a la gente agobiada, corriendo, con prisa… como si se tratase de dos viejos que comentan en la plaza del pueblo las últimas novedades en la ciudad.

Hablan de ellos en foros, en facebook tienen su propio grupo, creo que han salido en Callejeros, en El País han escrito sobre ellos… pero nadie dice o escribe nada malo de ellos (y mira que eso es complicado en los tiempos que corren). Cuentan que caminan con la mirada fija y paso firme sabiéndose libres y lejos de modas o tendencias. Despreocupados del “qué dirán”… no hacen nada malo, solo ocupan su lugar; porque sí, ese lugar es suyo, de nadie más, se lo han ganado, se lo han trabajado en las tarde de sol y en las de lluvia.

Los Alcázar no trabajan, no fuman, no beben, pero pasaron su propio infierno, ahora son místicos y semi-vegetarianos… personajes del asfalto madrileño parecen unos buenos tíos. Personas que ya forman parte de un paisaje deshumanizado, de un mundo que prefiere trapos anodinos a cultura musical… personajes de este paisaje que nos ha tocado vivir.