Frente a la casa de mis padres hay una cocktelería; Emilio, así se llama el barman, mezcla en su coctelera diferentes líquidos de diferentes botellas que nada tienen que ver entre si, lo vierte en una copa y el resultado suele ser más que satisfactorio, Emilio es un coctelero. El problema es cuando un director de cine quiere mezclar acción, religión y terror como si se tratasen de licores y es que está claro: un director de cine no suele ser un buen cocktelero.


Legión es eso, un mal cocktel sobre angeles renegados de dios y un dios renegado de su mayor creación: el ser humano (ahí coño, que se noten los años en los curas!). Un angel que prefiere prescindir de sus alas para salvar al ser humano… así, incluso, parece que la idea puede prospera, ¿os imaginais un festival gore de seres humanos descuartizándose a si mismos? Podría dar mucho juego… pero no, aquí los malos son como hidras de Heracles no por sus cabezas si no por su dentadura (y es que es un rasgo tan absurdo…), desafortunadamente son débiles zombies que hacen ruido y poquito más y es que Legión es una cinta que podríamos considerar desafortunada.


La cinta comienza mal, aburrida e incluso absurda pero llegados a cierto punto en el cual ya nos tomamos Legión como una parodia fílmica podemos llegar a disfrutar pensando “¿Cuál será la siguiente tontería?” o haciendo apuestas de quien será el próximo personaje en caer.

¿Los personajes? Seguro que os los imagináis: la tía buena, el héroe, el matón de barrio, el que tiene cuentas pendientes consigo mismo… vamos, típicos, típicos, típicos… y es que como hemos dicho con anterioridad: Legión es desafortunada. Personalmente me ha producido risa Kevin Durand, quien se esfuerza en que Legión parezca una cinta seria (sin conseguirlo, por supuesto).

Legión es más que una cinta, es una prueba de que dios (del que tanto se habla en la cinta) no existe, si no, no permitiría bodrios como este que no hay por donde coger.