Una Vida de Cine (y Gasolina)

Ser pequeño es igual a ser inocente y el problema de los inocentes es que te puedes aprovechar de ellos con suma facilidad, los pobres se lo...

Ser pequeño es igual a ser inocente y el problema de los inocentes es que te puedes aprovechar de ellos con suma facilidad, los pobres se lo creen todo; eres pequeño y crees en los reyes magos, en el Ratoncito Pérez y en mil cosas más que a medida que creces se van cayendo como un castillo de naipes y te das cuenta que la infancia es, en gran medida, una mentira (piadosa la mayoría de las veces).


¿Y por qué digo esto? Pues la verdad es que no lo tengo demasiado claro, básicamente porque lo que quería contar es que un día una señora me dijo que tenía los ojos como Steve McQueen y que yo, que era pequeño, me lo creí sin saber muy bien quién era el señor ese.
Años después Ford lo resucitó para hacer pasear un modelo de coche suyo (el Ford Puma, creo recordar) por las calles de San Francisco; en ese momento me entendí que las palabras de aquella buena mujer se trataban de una mentira de infancia y que lo que realmente pasaba es que ella me tenía (y me tiene) mucho cariño.
Hoy se cumplen 30 años de la muerte del mítico actor (y piloto) norteamericano y que mejor momento que este para hacer un poco de historia.

La vida de McQueen siempre ha estado al límite; nació en Indiana, muy cerca del fastuoso ovalo y al poco tiempo su madre y él fueron abandonados por su padre al que nunca llegó a conocer. Dicen que este suceso convirtió a McQueen en un joven rebelde que terminó pasando una temporada en el reformatorio (del cual cuentan que se escapó).

A los 17 años decidió que quería ser marine y se enroló pero un par (o tres) de años más tarde se dio cuenta que su decisión no había sido correcta. Comenzó entonces a deambular por diferentes oficios hasta que a principios de los 50 decidió matricularse en el Actor’s Studio de Nueva York desde donde saltó a Broadway y a la gran pantalla con papeles poco a poco mayores.

Pero el estrellato llegó con Los Siete Magníficos, los sesenta y setenta sirvieron para aumentar más si cabe la popularidad del actor hasta que llegó La Gran Evasión, poco a poco la megaestrella fue forjando una filmografia de personajes con caracter y hombres duros de acción.
En los 70 decide crear su propia compañía (Solar) para así poder dedicarse a su gran afición: la velocidad. Y es que como ya hemos dicho McQueen se convirtió en piloto profesional de coches, afición que incluso consiguió llevar al cine en Las 24 Horas de Le Mans. Pero a McQueen no le bastaban solo los coches, también era una amante de las motos: suya es la archiconocida imagen montando una Triumph TR6 con esa pose de niño malo.

Cuentan que detrás de esa mirada había un lado oscuro cargado de contradicciones: si bien practicaba mucho deporte, bebía en exceso y coqueteaba con la cocaína. Cuentan que McQueen cogía sin permiso atrezzo o vestuario de las cintas en las que trabaja, nadie pregunta, él era la estrella pero años más tarde se descubrió que McQueen donaba esos muebles al reformatorio donde había pasado parte de su infancia.
De la muerte de McQueen no hay datos, se sabe que en 1979 se le diagnosticaba cáncer de pulmón y que un año más tarde cruzaría la frontera para probar un innovador tratamiento contra el cáncer; tratamiento que no le haría efecto ya que al parecer fallecía en Ciudad Juárez, tal día como hoy hace 30 años mientras se le realizaba una operación para extraerle diversos tumores.

Steve McQueen moría con 50 años dejando cintas ya clásicas del cine como El Coloso en Llamas, La Gran Evasión, La Huida o Los Siete Magníficos… un actor que marcó una época, un actor que marcó a una de mis antiguas vecinas.

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