A mediados de los noventa surgía un nuevo estilo dentro del cine actual que viviría bajo el nombre de Dogma 95, sus abanderados no eran otros que Lars Von Trier y Thomas Vinterberg, cuya última creación es la cinta de la que ahora mismo vamos a hablar: Submarino.

Villa, ese ser sin registrar que de vez en cuando nos visita, decía que él no iba al cine para ver dramas, que tenía suficiente con los telediarios cada medio día… supongo que este postulado sigue vigente a la hora de su elección de películas. Como Villa hay muchas personas que opinan lo mismo, a él y a esas personas jamás se le podría recomendar Submarino por muy bonitos o especiales (lo que viene a ser lo mismo que raros) sean sus planos; y es que Submarino es una de esas cintas que nos muestran lo peor de la vida.

Pero no, Submarino no tiene un discurso social o político al estilo Loach, no, Submarino tan solo nos muestra una vida triste y decadente sin más. No hay final feliz, no hay un halo de esperanza, no hay nada, simplemente dos tíos llevando su dolor y cohabitando espacios con el resto de la sociedad. Yonkis, alcohólicos, indigentes, vagabundos… son ellos quienes pueblan Submarino.

Vinterberg busca simplemente planos bonitos en vidas sucias pero su discurso es tan alejado que nunca no llega ni tan siquiera a rozar, se hace lejano para un espectador que simplemente observa el gratuito sufrimiento ajeno esperando quizás a ese momento de ilusión o esperanza que jamás llega. Por su tristeza, por su lejanía, por su intento de depresión… hemos decidido:

Esta puntuación habla de cómo Submarino me ha hecho sentir a mí, ya no de la cinta ya que si lo que buscáis es deprimiros, pensar en lo jodido que está este mundo, el mundo que os rodea y aquel mundo de barriada que intentáis evitar Submarino es vuestra película ideal.