G.I.Joe (G.I.Joe: The Rise of the Cobra)

De pequeños la mayoría de nosotros hemos jugado con ellos, aunque el recuerdo más intenso de G.I.Joe que tengo no es el de jugar con ellos,...


De pequeños la mayoría de nosotros hemos jugado con ellos, aunque el recuerdo más intenso de G.I.Joe que tengo no es el de jugar con ellos, es el de coleccionar las pegatinas (cromos) que venían en no-sé-que-chicles de esos que te comprabas en el kiosco de Conchita por un duro. Pero estos son otros tiempos y la carencia de creatividad de los estudios de Hollywood lleva a los directivos de esos lugares a apostar por dar vida a aquellos muñecos articulados y trasladarnos a la gran pantalla...

El éxito de estos proyectos suele ser difícil, quizás porque los muñecos, el videojuego o aquellos pequeños ídolos forman parte de nuestro inconsciente en el que los hemos dotado de una dimensión diferente y cuando alguien, lejano a nosotros y con una infancia muy diferente a la nuestra les da vida no lo hace bajo nuestras premisas. Nos convertimos entonces en voraces críticos capaces de arrancarle el corazón a la mismísima Bamby.

Con G.I.Joe sucede eso mismo. La trama nunca nos convence, los malos en nuestra imaginación eran mucho más malos (como Mr. Bison en Street Fighters) y los buenos eran mucho más duros que los que se nos presentan en la pantalla. Pero G.I.Joe no se conforma con “ningunear” a nuestros personajes, trata de darle sentimientos y vida y los convierte en risibles (ojo al término tan políticamente correcto que estoy utilizando para no llamarles gilipollas).

G.I.Joe, al igual que Transformers (1 y 2) o Dragones y Mazmorras, no son más que productos prescindibles que atentarán contra nuestra infancia (y en algunos casos incluso contra nuestra inteligencia). Y como os supondreís:

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