El día no deparaba nada bueno; un domingo de julio en el que ha dejado de llover un solo minuto ¿qué podemos esperar de él?
Domingo tarde, no ha parado de llover en todo el día, lo único que nos recuerda que estamos en julio es el calendario el tiempo se saltó el verano y comenzó antes de tiempo con su particular otoño.
Así que nos dispusimos para ir al concierto de Diego Ojeda en el Búho Club. Minutos antes del concierto hablábamos con el propio Diego que nos corroboraba lo horrible del día: nos contaba sus retrasos en el avión, sus problemas en el aterrizaje, el cambio de aeropuerto y los accidentados kilómetros de distancia… parecía que poco más se podía torcer las cosas. Pero cuando crees que ya nada puede empeorar recuerdas que no has hecho las pertinentes pruebas de sonido… sí, habéis acertado aquello sonaba horrible.
Diego comenzó el concierto estrenando una canción de su próximo álbum que verá la luz a fin de años y aquello sonaba realmente mal, de poco sirvieron los ajustes desde la mesa y es que cuando un día se tuerce no podemos enderezarlo. La cara de Diego era un poema (y no de amor precisamente) cada nota se iba agriando más y más hasta que llegó el final de la canción y con él el final del “típico” concierto (¿cómo?¿un concierto de una canción? Calma, señores, a ello vamos ahora).
Los que conocéis el Búho sabéis que los conciertos se realizan en un segundo piso desde el cual el artista parece predicar a sus fieles allí congregados pero dados los problemas de sonido y la (escasa) asistencia de público Diego Ojeda se olvido de su micro, de las luces, del afinador electrónico y guitarra en ristre decidió tomar asiento entre los asistentes y desde allí dar su concierto.
Lo que parecía un día gris y con un sonido horrible se convirtió en un rayo de luz y es que el concierto de Diego Ojeda fue intimo, cálido y sincero; un concierto de tú a tú donde el cantautor canario estreno tres nuevas canciones (Espiral, Abril y Desde Fuera) que formaran parte de su ya mencionado nuevo álbum, donde se leyeron poemas y donde, de nuevo, todos nos despedimos hasta la próxima con una sonrisa en la boca, olvidándonos por un momento del inclemente julio que afuera nos aguardaba.
Por último y antes de terminar esta crónica me gustaría darle una idea a los chicos del Búho Club: ¿por qué, los días de escasa asistencia, no se hacen los conciertos abajo? Son más íntimos, crudos e interesantes y sobre todo cuidamos nuestras cervicales.
0 seres inteligentes han dicho y tú, ¿a qué esperas?