Hace unos días terminé el El Puente de los Judíos y hoy toca hablar de este libro (o pastiche).
Desde que entré por primera vez a la casa de Alury este libro acumulaba polvo en lo alto de una estantería; así que me dije “tan malo no puede ser” y me puse a él. Debo reconocer que lo terminé por un único motivo (el mismo por el que terminé Dogville) que no es otro que pundonor y es que El Puente de los Judíos es un libro muy pero que muy aburrido.
Comienza bien, hablando del románico catalán, de Besalú, de la construcción de un puente, de una sociedad dividida por su credo… en ese momento salta el típico tópico chico cristiano-chica judía pero salta para nada y es que el joven Ítram (así se llama nuestro lombardo-cristiano) se dedica a ser Follarín de los Bosques y a acostarse con moza que se le cruza en el camino. Y ¿esos encuentros sexuales añaden algo a la historia? Por supuesto: más páginas de desidia y aburrimiento.
Dicho esto añadiremos que los personajes no están bien construídos. En ningun momento llegamos a sentir empatía por ninguno y lo que es peor tampoco llegamos a conocerlos, a saber sus anhelos o por qué hacen lo que hacen. El caso más sangrante es del de Damiâ, el aguador, quien juega un papel fundamental en el trama y del que nada sabemos…bueno, si sabemos, tres líneas (muchas menos que cualquier encuentro entre Itram y una joven doncella que pase por allí).
Y es que El Puente de los Judíos parte como una novela histórica para poco a poco comenzar a introducir elementos fantásticos y transformarse así, momento en el que mi mente piensa “en una mierda” pero en el que mis dedos escriben: en un pastiche del tres al cuarto.
El Puente de los Judíos es tan solo un despropósito de 250 páginas.
2 seres inteligentes han dicho y tú, ¿a qué esperas?