Nunca lograré entender por qué los conciertos no comienzan a la hora programada. Que sí, que ya sabemos que la gente llega justita, incluso un poquillo tarde, sabemos además que muchas veces los locales buscan “amortizar” el concierto con el dinero de la caja (“cubrimos gastos con las entradas y ganamos la caja” decía un amigo que regentaba un garito allá por el norte). Que sí, que puedo entenderlo todo, pero lo que no entiendo son retrasos de una hora… ¡que estoy perdiendo una hora sentado en un taburete viendo Discovery Max en una pantalla gigante! Una hora en la que podría estar cenando, limpiando la casa o tomándome una cerveza… Desde esta tribuna: un poquito de seriedad con la hora de comienzo, que 10 minutos todos los aguantamos pero que una hora toca los… la moral, quería decir.
Dicho esto, y dejando a un lado la indignación que ello me supone, pasemos al concierto de Havalina en sí. Los madrileños regresaban de nuevo a Tenerife tras su paso por el O.C.A. meses atrás y, tras un tímido “buenas noches”, el concierto comenzaba.
Probablemente, el primer calificativo que se me ocurre para definir el concierto que Havalina ofreció en el Aguere Espacio Cultural no sea otro que contundente: murallas melódicas al estilo Sonic Youth, maratonianos riffs que nos trasportaban a épocas en los que Robert Smith era más que un tío maquillado en exceso y una brutal batería, la de Javi Couceiro, quizás demasiado alta. Melenas (femeninas) desatadas, muchas fotos y movimientos de cabeza desaforados que llegaron a su clímax en el tramo final del concierto cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de Objetos Personales, que desataron la histeria en las primeras filas.
Un concierto donde nos regalaron la brutal Viaje al Sol, canción que pertenecerá a su próximo trabajo, un tema mucho más pop que los archiconocidos Mamut, Sueños de Esquimal o Por la Noche, tema que cerraba el concierto.
Tras algo más de una hora el trío encabezado por Manuel Cabezalí abandonaba el escenario y comenzaba la clásica (y en este caso corta) procesión de la petición de bises. Tras dos minutos de ausencia el grupo regresaba de nuevo al escenario para obsequiarnos con Incursiones, una canción que consigue elevar la temperatura hasta puntos insospechados. Un bis que terminaba con la habitual versión de Desinspiración, una versión que alarga la canción hasta límites impensados dando lugar a un singular juego de miradas entre Cabezalí y el público.
Podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que Havalina ofreció un concierto más que correcto, un directo que hizo las delicias de aquellos que llevan escuchando al trío a través de Radio3 tantos años y un buen concierto para aquellos que, arrastrados por los primeros, se acercaban al sonido Havalina por primera vez.
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