Madrid, entre música y amigos (II)

viene de aquí Y amaneció la mañana siguiente, demasiado temprano, pero sin embargo con buen café que se alargó sobre el colchón buena parte ...

viene de aquí

Y amaneció la mañana siguiente, demasiado temprano, pero sin embargo con buen café que se alargó sobre el colchón buena parte de la mañana. Una ducha y a comer, y una vez allí sonrisas, chascarrillos, recuerdos… una agradable comida rodeados de carteles de toros, fotos de José Tomás, El Juli y Antoñete… y a mí que nunca me han gustado los toros pase una buena comida, una de esas que se tendrían que repetir cada cierto.

Poco a poco la tarde su fue esfumando para llevarnos al concierto de Travis. La vida está cargada de prejuicios, yo imaginaba un concierto tranquilo, con gente moviendo la cabeza al ritmo de la música. Mientras esperaba a que Fernandito y Raquel colgasen respectivamente sus moviles delante nuestra pasó un joven alto y con pinta de inglés… pues no, era escocés, concretamente de Glasgow, se trataba de Douglas Payne bajista de Travis.


Entramos mientras sonaban los teloneros, he investigado un poquillo y se trataban de The Alexandría Quartet, no sonaban mal pero nosotros teníamos ganas de escuchar a Travis, y a las 22.00 horas, con una ejemplar puntualidad, los escoceses tomaban el escenario de la Sala Macumba.

Comenzaron tranquilos, despacio, mis peores presagios se cumplían pero tras los primeros pasos comenzaron a recorrer sus discos más antiguos. Sonó Closer y se encendió la mecha de esta bomba que explotó cuando Fran Healy se bajo del escenario y allí entre la gente (a tres filas de donde nos encontrábamos) se puso tierno para cantar Falling Down, el público en un silencio absoluto le correspondió terminó la canción y la sala rompió en un impresionante ovación. En ese momento comenzó Writing to Reach You, mientras sonaba un banjo apareció en la parte izquierda del escenario, preludio de la siguiente canción: Sign. Escribir que fue sublime hubiese sonado a exceso, pero no lo es, es la verdad: fue increíble. Pero el concierto no terminó ahí, le quedaban cinco canciones: Turn, por ejemplo, que consiguió que el público no parada un momento de bailan y/o saltar. Y Travis, se fue.

Un par de minutos después comenzó el bis, y la locura inundó la sala cuando Healy paró la canción e hizo saltar al público al unísono. Cuando terminó la música nos miramos, nuestros ojos como platos y un dolor extraño en las piernas ¿sería el paseo de la tarde o tendrían algo que ver las casi dos horas de botes que habíamos pasado allí metidos?

Pero a la noche le quedaba mucha vida. Nos acercamos a casa y tomamos algo mientras, como deportistas que manifestábamos ser, veíamos a Rudy y a Marc Gasol jugar en al partido entre Rookies y Sophomores y la noche entre refrescos y pinchos de tortilla se hizo día. Aun nos quedaba un sábado de paseos, café y muchas sonrisa y algún que otro reencuentro; un sábado que terminaríamos viendo como el racismo no solo lo sufren las personas de color, que a veces los jugadores profesionales de baloncesto son discriminados por ser blancos en un juego de negros, o por ser españoles en la meca del baloncesto; algo grave y serio ha tenido que pasar más allá del Atlántico ya que yo, detractor confeso de Rudy, escribo estas líneas en su defensa; si no quieren que un no-americano gané el concurso de mates, que no lo elijan para ello (que conste que Rudy no lo hubiese ganado).

Se terminaba un fin de semana de amigos, música, baloncesto, sonrisas y buenos momentos y como ya he dicho ayer, si ha habido algun momento menos bueno lo mejor es olvidarlo y quedarnos solo con los buenos, como yo pienso quedarme con la megapiruleta con la que me agasajó Raquel y que el señor Javier (magnifico anfitrión al igual que el amiguete Brais) quiso robar.

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