El Invierno en Berlín (y VII)

Y el tercer día ni la nieve, ni la lluvia nos recibió. Comenzamos la mañana acercándonos de nuevo a Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche para dis...

Y el tercer día ni la nieve, ni la lluvia nos recibió. Comenzamos la mañana acercándonos de nuevo a Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche para disfrutarla de día y desde allí programar el resto de la jornada. Elegimos visitar el Berlín más al sur, primera parada: Viktoria Park, se trata de una pequeña montaña en el barrio turco coronada por una cruz de hierro que sirve para conmemorar la victoria de las tropas alemanas frente a las napoleónicas. A pocos metros de allí podemos encontrar un monumento a los aviadores alemanes, una de las guías que habíamos consultado lo marcaba pero… sinceramente, se puede prescindir de esa visita.

Volvimos al centro, ya que este era nuestro último día en Berlín y tocaba hacer acopio de regalos y presentes. Esto para ti, esto para papá y mamá, esto me gusta para mí… ya sabéis, lo típico. Paseamos de nuevo por la zona del CheckPoint Charlie, esta vez calmados, mirando en aquellos pequeños puestos que hace unos días os comentaba, regateando a los vendedores, paseando sin prisa por ver nada, ni llegar antes de la hora de cierra a ningún sitio. Entre compras y paseos hacia ningún sitio llegamos a la Topografía del Terror, como ya os había comentado en otro momento se trata de un museo al aire libre, se trata de una zona donde la SS, la GESTAPO y la Oficina Superior de Seguridad del Reich tenían sus oficinas. La exposición actual (al aire libre) será sustituida en un par de años por un edificio cúbico de metal y cristal diseñado por Ursula Wilms, donde se documentará el destino de las 15.000 víctimas torturadas en los cabalozos de los edificios adyacentes como las órdenes y logística empleadas por el aparato nazi. En la actualidad encontramos además de la exposición un trozo del muro ya que el conjunto quedó dividido con la construcción del mismo. Bajo el muro podemos ver pequeñas construcciones que ahora carecen de sentido, pero que en su momento fueron los cuartos de tortura de los prisioneros.

Las compras y algún café consumieron la tarde y ya sin luz nos dirigimos a ver de nuevo Berliner Dom, iluminada y por dentro. Mayúscula fue nuestra sorpresa cuando no nos dejaron acceder por ser extranjeros y en ese momento estar celebrándose culto en su interior; es decir, que si fuésemos alemanes hubiésemos entrado, con misa o sin ella… pues muy bien la catedral de Berlín se quedó sin los ingresos que dos extranjeros dejarían. Cruzamos el parque para entrar en el Museo de Arqueología, pero eran las 18 y ya estaba cerrado… ¡Increíble! Nos sentamos en sus escaleras indignados. Así que decidimos acercarnos a Potsdamer Platz, pasear por Haussmann (donde podéis encontrar las Galerias Lafayette, a donde no entramos pero donde sacamos la foto de rigor). Las horas pasaban mientras paseábamos así decidimos acercarnos a Breitscheidplatz para cenar y esta vez sí llegar temprano al hotel, para así a la mañana siguiente coger el vuelo que nos traería de vuelta a España.

Abandonamos el hotel con destino a la estación de Hauptbahnhof, la nueva estación central de la que no os había hablado pero por la que pasamos todos los días. Esta estación se construyó, en acero y cristal, para la Copa del Mundo de Fútbol de 2006 y actualmente es un punto de paso obligado para cualquier visitante, desde ella parten todas las ramificaciones del U-Bahn y el S-Bahn, así como los trenes de larga y corta distancia. La mayoría de los autobuses también pasan por ella, es decir, se trata del centro neurálgico de viajeros en Berlín. Desde la estación tomamos al bus destino a Tegel, un autobús cargado de maletas y mochilas. Que te deja en la entrada del aeropuerto (ojo viajeros, a Tegel no hay ni S-Bahn, ni U-Bahn, la única manera de llegar: autobús o taxis, pensad en vuestras economías).

El mostrador de facturación abrió con retraso avisándonos de cómo sería el resto del viaje. Despegábamos con una hora de retraso, nada comparable con el vuelo que esa mañana partía a Estambul, que lo hacía con 3 horas y cuarto. El vuelo fue entretenido, la verdad es que entre la prensa y los sudokus se me pasó rápido. Comimos en Madrid, paseamos largo y tendido por la T4 y ¡salimos en hora! Increíble pero cierto, el vuelo que nos debía dejar en Vigo despegó cinco minutos antes de lo que ponía el billete, por un momento pensé que se trataba de un sueño, queme había quedado dormido en un banco de la T4 y era una imagen onírica, pero no; el avión aterrizaba 50 minutos más tarde en Vigo y el viaje llegaba, ahora sí, a su fin.


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